Lee aquí la ponencia en formato PDF: Ponencia-Citlalli-Esparza
Foro Itinerante Mujeres, Violencia Institucional e Impunidad en México, Mesa: Género y Violencia de Estado. La represión hacia mujeres militantes y guerrilleras, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM, mayo 22, 2008
PONENCIA : LA CRIMINALIZACIÓN DE LA UTOPIA
POR: Citlalli Esparza González
12 de Mayo del 2008.
. LA GUERRA
Yo creo que la búsqueda de la transformación social tiene muchos caminos. Una sinergia nos moviliza hacia momentos de encuentro y construcción de formas mejores y más profundas de aprender y de vivir. Pero también, existen momentos coyunturales claramente visibles que nos confrontan con lo inevitable, en muchas ocasiones, dolorosamente.
Cuando los procesos de construcción de la verdad están permeados por intereses personales que intentan acaparar más que distribuir, ya sea en lo económico, lo político o lo social, es cuando la medusa del fanatismo ahoga todo intento de dialogo plural y democrático, sin importar cual sea su ideología. Y a esto, la gente de izquierda le hemos denominado el avance de “la derecha”. Los ejes de estas formas de construir “la verdad” son el miedo y el control de los otros. Son también los ejes en los que giran las relaciones violentas, estructural, política y subjetivamente. Pero es precisamente ahí en donde empezamos a confluir, actores y sujetos sociales de muy diversas corrientes y búsquedas. Porque el autoritarismo lo único que logra es unificar las resistencias –como bien decía Foucault- para que se vuelvan más poderosas. Y esto es lo que ha permitido que germinen los procesos de las distintas revoluciones políticas y sociales. Esto entonces, es lo que inició, en los años sesentas, el movimiento estudiantil que devino en una resistencia social armada frente al terrorismo de Estado imperante. Porque entonces, todavía existía el Estado.
Enrique Condés, en su libro Represión y Rebelión en México (en ese orden) afirma que “Es falso, y con mayor razón en las sociedades abiertas, que la voluntad de los ciudadanos se alimente sólo con certezas invariables y cerradas. Por el contrario, son incontables e incansables los demandantes de razones y explicaciones. Y la construcción o reconstrucción de convicciones depende de respuestas frecuentemente novedosas” (Condés, 2007: 12). Pero cuando la inteligencia y la razón están al servicio de los menos, en menosprecio del “bien común”, todo aquel que disienta del poder impuesto, es un criminal. Y las mujeres nunca, afortunadamente, hemos estado exentas de esta capacidad de rebelión con inteligencia social.
La mujer “en duelo” esta en el origen de nuestra historia, junto a los augurios de cometas, el hervor del lago o los pájaros con cabeza de espejo, como presagios de la conquista a Tenochtitlan. Más adelante, la mujer en alerta permitió la derrota del enemigo, como bien nos relata don Miguel León Portilla en la crónica de la mal llamada “noche triste” : “nos sacudió un grito. Era la voz de una mujer: ¡Venid, guerreros! ¡Los enemigos abandonan la ciudad! Era cierto. Los españoles trataban de escapar silenciosamente, siguiendo la calzada de Tacuba”.
Siguió la mujer en rebeldía, con Doña Leona Vicario o Doña Josefa Ortiz de Domínguez, en su apoyo directo y franco a la lucha armada de los Insurgentes. Al Lado de Hidalgo, de Morelos o de Aldama, en apoyo a Guerrero o a Guadalupe Victoria, nos falta descubrir a las heroínas que les acompañaron. En la Revolución Mexicana, además de Carmen Serdán, habría que hacer honores a las casi desconocidas Juana Belén Gutierrez de Mendoza, magonista y zapatista, fundadora del periódico Vesper, presa por sus ideales en la siniestra cárcel de San Juan de Ulúa. A Dolores Jimenez Muro, Coronela Zapatista, o “Las Hijas de Cuauhtemoc” ligadas al Partido Liberal Mexicano, hasta llegar con Simona Aguirre, masacrada en un mitin del Movimiento Inquilinario de Veracruz en 1922, o con María de la O, en la lucha agraria, por mencionar sólo algunos ejemplos.
Podemos ver entonces, como parte de esta lógica, que la guerra de guerrillas tiene una larga tradición histórica en México, como respuesta defensiva del pueblo al exterminio, el colonialismo, el imperialismo o la expansión brutal del liberalismo burgués (desde todas aquellas Doñas anónimas que seguramente escribieron la historia con sus cuerpos al lado de Juárez, Zapata, Villa, Rubén Jaramillo, Genaro Vázquez, Lucio Cabañas y Salas Obregón, por mencionar algunos de los más representativos).
El movimiento guerrillero de los 70as-90as, como puede apreciarse desde la revisión seria y científica de cualquier movimiento social, no fue espontaneo, sino resultado de la resistencia civil de campesinos, maestros, estudiantes y obreros a nivel nacional. Porque el capitalismo a nivel mundial se mueve en una lógica estructural de guerra. La competencia en el mercado no difiere en su forma de la estrategia de guerra. Y esto es lo primero que, como participante en esta mesa de debate quiero enfatizar. Que las mujeres que participamos en la lucha armada de los setentas, lo hicimos por convicción pero también como el último recurso. NO es cierto que fuésemos suicidas con ganas de morir. La cerrazón del sistema político imperante no nos dejó otra vía. Asumirla, implicó un costo elevadísimo, pues nuestro movimiento, en desventaja total frente al aparato de Estado, fue derrotado. Pero la pérdida de nuestra lucha implicó, dialécticamente, el triunfo de la democracia actual. Hay veces que perder, también significa ganar.
En aquel tiempo aun existía un Estado fuerte y representativo, aunque autoritario, sanguinario y cruel. Los y las que éramos estudiantes, teníamos la voluntad de ser “sujeto histórico”. Lo nuestro no fue una coyuntura. La correlación de fuerzas implicó en su sentido inmediato dos aspectos: el técnico militar, que le correspondía a los aparatos represivos del estado, en una búsqueda por desaparecer todo vestigio de oposición al régimen antidemocrático, y su contraparte, el aspecto político-militar, desde la subalternidad, o como decía Mao Tse Tung: “la defensiva-ofensiva”.
Y es que la respuesta del pueblo oprimido no puede ser, nunca, sólo militar. Se requiere aprender a organizarse, a transmitir ideas, estudiar, pensar, soñar que se puede cambiar. Yo alguna vez leí que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, Lenin me lo dijo, y entendí que la política tiene dos caras: la que busca el poder por el poder mismo, o la que construye, con diálogos y razones, una negociación para la vida.
En los años setenta muchos estudiantes estábamos recientemente impactados por los acontecimientos de 1968, el dos de octubre, y varios de los sobrevivientes eran ya entonces maestros nuestros en la prepa o la facultad.
El poder del relato épico y la crónica transmitida por sujetos de carne y hueso, apoyados por libros testimoniales y videos clandestinos, y corroborados empíricamente por experiencias de la represión acaecida el 10 de junio de 1971; la toma de instalaciones universitarias por grupos porriles, las noticias devastadoras de poblaciones enteres atacadas por armas de guerra como el napalm, utilizado tanto en Viet Nam como en Guerrero, tuvieron un fuerte impacto sobre adolescentes ávidos y ávidas de comprender una “realidad” bastante enrarecida por discursos contradictorios e implícitos. Era un contexto de represión velada en donde los discursos oficiales todo el tiempo nos decían “esta es la democracia”, pero tienes prohibido disentir de ella.
Y si no se podía hablar, se buscaron caminos simbólicos de ser a pesar del miedo. La forma de vestirse, la música que se oía, el libro forrado bajo el brazo. La complicidad en el abrazo, en las miradas. La construcción imaginaria de una nueva familia, amplia y vasta, que fuese más allá de la “propiedad privada y el Estado”, el amor de verdad y no por conveniencia, y poder cantar, con Mercedes Sosa a todo lo que daba nuestro ser: “…yo tengo tantos hermanos, que no los puedo contar…”.
La falta de alternativas para el ejercicio de la democracia nos obligó a abrirlas por la vía de los hechos. NO era sólo tomar un arma y a ver quien tira más balazos. Había que estudiar, formar círculos de estudio, bases de apoyo, simpatizantes, correos, detectar casas de seguridad, distribuir estratégicamente propaganda, escribir, debatir, analizar. Si, solíamos soñar, pero nuestro universo estaba conformado, -en la época que yo participé y en la brigada que me tocó- por una discusión serio. Había tres grandes líneas a seguir: la ideológica, la educativa y la político-militar. Ninguna era más importante que la otra.
. EL GÉNERO
Pero aquello no fue sólo una guerra común, con sus leyes propias y sus códigos de honor. Y es que el modelo técnico militar de guerra sucia no fue hecho para derrotar al pueblo organizado. Eso era lo de menos. Se hizo también para aterrorizar a quienes no participaron. Fue construir el gran escenario del horror para devastar las voluntades y deformar las conciencias (la idea del “desarme intelectual”) de la sociedad civil no directamente combatiente. Nosotros mismos, los sobrevivientes, bloqueamos y mutilamos muchos hechos –yo lo hice de manera consiente, pues sabía que si caía en sus manos, debía de saber lo menos posible, nombres, direcciones, fechas, y es por eso que hasta hoy tengo un mecanismo en que precisamente este tipo de datos son los que más olvido-.
La represión más brutal se ejerció en las familias comunes, en niños, ancianos, padres trabajadores. Yo creo que también hubo una estrategia de terror y represión dirigida específicamente a las mujeres.
Sabemos que fue recurrente que cuando caía un compañero de dirección en combate, era su compañera quien asumía, con más fuerza y tenacidad la dirección. Tal fue el caso, desde la organización en que yo participé, de Teresa Hernández Antonio o el de Alicia de los Ríos Merino.
También habíamos muchas compañeras que nos sumamos al parejo de nuestros compañeros o esposos. El trato siempre fue igualitario desde la capacidad estratégica, logística y organizativa. Pero la diferencia aparecía cuando nos embarazábamos, y eso lo sabían los estrategas del terror y de la muerte. Un punto que nos hacía más vulnerables era el cuidado de nuestros hijos, a los que debíamos atender en casas de seguridad o, arriesgando nuestra vida y la de nuestras familias, en visitas clandestinas a nuestros hogares. Un tercer aspecto: nuestras madres, cuya angustia y exposición a la represión provocó en muchos momentos estados de tensión e incluso, de franca estrategia para capturar a los hijos combatientes.
Y no es que los compañeros combatientes no les preocuparan sus hijos o sus madres, sino que simplemente en la construcción de nuestra identidad de género, el hombre ha sido educado más para ser individual, fuerte, práctico y “objetivo”. El hombre sabe que su campo de lucha va a ser siempre en la esfera de lo público. Las mujeres en cambio, nacemos para ser educadas hacia los otros. Aprender a cuidar, a criar, alimentar o curar en las familias es por tradición una actividad de las mujeres. Nuestra lucha es para lograr la preservación de la especie en el ámbito de lo privado. O por lo menos esa es la educación que nosotras, en la década de los setentas, intentamos desactivar, y que en buena medida, sólo pudimos modificar parcialmente.
II
Todo lo anterior, nos situaba a las mujeres en una lucha muy consciente por la igualdad. Podíamos y queríamos ser iguales que los hombres. Además, la lucha clandestina nos ubicaba en una especie de limbo, en donde lo que hacíamos no era ni público ni privado. O más bien, lo público se reconocía en ámbitos muy cerrados, y nuestra vida privada no existía, sino como una extensión de la lucha pública. Esto nos daba como mujeres un buen margen de maniobra, pues podíamos jugar con los roles de género de manera algo distinta. Como combatientes, nuestro trabajo era exactamente el mismo al de los hombres, no había consideraciones, y los éxitos eran igualmente considerados para todos y todas. Sin embargo, habría que reconocer que en cuanto a la dirección intelectual de todo nuestro movimiento, predominaron siempre los hombres. Se daba además por hecho, que éramos nosotras quienes cuidábamos a los heridos y en “nuestros ratos libres” hacíamos de comer. Sin embargo, el trato con la mayoría de los compañeros fue siempre igualitario y sobre todo respetuoso. Recuerdo que llegamos en ciertos momentos a dormirnos, así como estábamos de tierrosos y cansados, hasta siete u ocho compañeros, hombres y mujeres, en la misma cama, y nunca nadie, ni por error estiró de más una mano. En ningún otro momento de mi vida, estuve tan segura en una cama como cuando dormí en medio de un puñado de guerreros.
Pero los pétalos de rosa no eran precisamente revolucionarios. Un chiste de mal gusto, refleja con claridad la falta de valor que se ha dado desde la izquierda al trabajo político de las mujeres. Se dice, y se dijo muchas veces que desde el Partido Comunista Mexicano hasta las organizaciones de izquierda más radicales, la “cooptación política de las mujeres se realizaba por la vía vaginal”. Es decir, primero te seducen y luego te embarcan en un proyecto que apenas si estas un poco consiente de lo que implica. Y como las mujeres somos guerreras por naturaleza, nos embarcamos como kamikases en la aventura, sólo por el amor a nuestros hombres. No dudo que alguien haya actuado así –y ese sacrificio me parece de los más respetables- pero en mi caso, como en el de muchas otras amigas y compañeras de lucha que he conocido a lo largo de mi vida, lo hicimos por convicción. Porque de manera profunda entendimos que era necesario cambiar las cosas para ofrecer un futuro mejor a nosotras y a nuestros hijos.
Me salí de la brigada para parir a mi hijo en un lugar seguro. Yo tenía siete meses de embarazo. A unas cuantas semanas de mi regreso a la casa familiar, perdí todo contacto con mi organización. Después supe que toda mi brigada había caído, masacrada, en una casa de seguridad.
· LO QUE VINO DESPUES
¿Qué pasa con mujeres que han vivido una situación de guerra y sobrevivido en el silencio durante prácticamente 32 años? Para mí por ejemplo significó jugar en muchos sentidos a fingir demencia. Era como si aún aplicase las reglas de “los métodos y hábitos conspirativos” para poder sobrevivir en condiciones “normales”, pero que para mi se convertían en clandestinas. Aprender a sobrevivir como parte de este sistema social y político se convirtió en una forma de sobreviviencia clandestina en si misma. Por lo menos para mi así fue. Aprender a luchar por la vida y el futuro de mis hijos, -pues siempre los amé y protegí con todo lo que tuve-, me salvó en ese período de la muerte por desesperación. Pero que además debía comportarme como parte de este sistema, al que desde mis adentros había jurado destruir para transformarlo. No había entonces opciones democráticas, el PRI no tenía para cuando cambiar y los pocos partidos de izquierda se mostraban dudosos en sus acercamientos a las experiencias legislativas y electorales.
Además como mujer, era todavía muy mal visto que viviese sola con dos niños pequeños –a principios de los ochentas yo había intentado, sin mucha suerte, rehacer mi relación con mi ex compañero- ya que el divorcio y los derechos de las mujeres todavía no eran ampliamente debatidos. Mucho peor que, teniendo dos hijos, me atreviese además a participar en un sindicato o en una organización popular. Intentar seguir estudiando, ni pensarlo. Pero fue exactamente todo lo que hice, como una forma indirecta para canalizar mi angustia y mi desesperación por no poder hacer nada por toda mi brigada que había sido masacrada, y varios y varias compañeras entrañables, desaparecidas(os), que nunca supe siquiera como se llamaban.
Había que ser fuerte, sostenerse frente al poder represor. No claudicar en los principios. Y seguir luchando, desde donde se pudiera para contribuir a la transformación de este sistema social y político que consideraba tan decadente que sólo faltaba un empujoncito para hacerlo caer. NO fue así. No pensé en la cultura, en los mecanismos de refuncionalización, en la necesidad de atravesar por la experiencia de la democracia. No reparé en las contradicciones que entonces consideraba secundarias como las de género, las generacionales, las ecológicas, las étnico-sociales. Y que hora son fundamentales.
La lucha de clases, la ideología, las relaciones sociales de producción y el sistema económico como sustento del político y social, resultó ser incompleto para profundizar en el cambio estructural, si no se tomaban en cuenta elementos como la hegemonía y el consenso, la Sociedad Civil, o la cultura política, incorporados desde Gramsci. Y si queríamos incidir en las “condiciones subjetivas del cambio social”, el asunto de la líbido en relación a los mecanismos del ejercicio del poder de los que hablaba Freud; la microfísica del poder desde Foucault, la coraza corporal desde la “economía sexual” de Reich, o los esterotipos para la reproducción de la opresión y sumisión –que es distinto a la explotación del hombre por el hombre- que retomo del movimiento de mujeres y de las feministas, vinieron a enriquecer el concepto de universo por transformar.
Supe que debía empezar por transformarme a mí misma. Que tenía que asumir mi origen de clase y utilizarlo a favor de las causas nobles. Recuperar el placer por vivir. Amar mi cuerpo. Había que hacer nuevas lecturas, mucho mas complejas de la lucha de clases y entender que las condiciones subjetivas y objetivas por las que atraviesa un proceso revolucionario, son mucho mas complicadas y también incorporan complejos ideológicos y cosmovisiones amplias que van desde lo ancestral hasta lo pos-moderno.
Aprendí a participar en varias luchas, todas igualmente importantes: sindical, estudiantil, urbano popular, movimiento amplio de mujeres, feministas; en Derechos Humanos, en recopilación de la memoria histórica. Como adherente de la otra campaña, soy parte del grupo ciudadano Regeneración y de la Resistencia Civil Pacífica en Tlalpan. También milito en el PRD. Y todo ha sido una experiencia enriquecedora y válida.
. EL NUEVO IMAGINARIO POLITICO
Se trata entonces de enriquecer e incorporar nuevos imaginarios de lucha –como la democracia o los derechos humanos- más que de repetir o quedarse estancados en una visión de la transformación social que ya no puede ser igual, aun cuando muchas de las condiciones objetivas se le parezcan. Entender la transformación social es también entender que nosotros nos hemos transformado.
En medio de toda esta complejidad me queda por decir lo siguiente:
1. Considero que la criminalización de los movimientos actuales tiene un matiz distinto al que entonces vivimos: actualmente el Estado mexicano ha sido reducido a su mínima expresión. Por lo tanto, la construcción de un Estado policiaco-militar al margen de la política, ( si entendemos a la política como el arte de resolver por medio de la razón y el diálogo o la negociación, antes que con la violencia, nuestras diferencias) supone que la estrategia de represión está directa y abiertamente dirigida por la lógica de la globalización del capital PERO sin la mediación de un Estado-nación que defender. Ahora el capital esta unido contra nuestra lucha de resistencia a nivel global. Dice Carlos Montemayor: “Esto implica el desmantelamiento de muchos aspectos del Estado mexicano que durante décadas estuvo basado en una idea de Estado benefactor, y ahora esto implica dar marcha atrás en perjuicio de la mayoría de la población. Así, se ha dado marcha atrás en servicios educativos, energéticos, en salud, seguridad de trabajo, vivienda e incluso en seguridad territorial
“De esta manera, los procesos que está viviendo México son impuestos por esta elite trasnacional. Y eso es todo”.
Habría que pensar nuestras estrategias de resistencia política y social, también desde una lógica mundial, pero, como nunca antes, en la defensa de nuestra nación como una forma de identidad. Recordar que la defensa de los Derechos Humanos: sexuales y reproductivos, políticos, económicos, sociales y culturales (DESC). De los y las niñas, los jóvenes y los adultos mayores. Los derechos de los presos comunes, políticos y de conciencia. Los derechos ecológicos. También se han internacionalizado. Todo lo cual, por paradójico que nos parezca, nos acerca cada vez más a lo que una utópica mujer del siglo XIX pensó aun antes de mi querido Carlos Marx: Flora Tristán: Por la unificación del proletariado, la igualdad de la mujer y el socialismo compartido.
MUCHAS GRACIAS
